Monseñor José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
Queridos hermanos y hermanas en Jesucristo:
1. ¡El mundo necesita una nueva evangelización! Las personas de nuestra ciudad, de nuestra nación y de nuestro continente están esperando un encuentro con Jesucristo, quien hace todas las cosas nuevas.
En todas las épocas Jesús se acerca para ofrecer su salvación a todos, y llama: “Yo estoy junto a la puerta y llamo”.
Jesús invita a hombres y mujeres a seguirlo y a buscar el Reino de Dios. Los llama a vivir como hijos de Dios en su familia: la Iglesia católica.
Sin embargo, en nuestros tiempos, parece que es cada vez más difícil para las personas escuchar la voz de Jesús y su promesa de salvación. Hay muchas otras voces y maneras de vivir. Nuestra sociedad está cada vez más secularizada.
Las personas están perdiendo la conciencia de la presencia de Dios en el mundo y en sus vidas. Y a medida que el sentido de Dios se desvanece, vemos a nuestro alrededor los tristes efectos reflejados en vidas destruidas y en familias fragmentadas.
Los hombres y mujeres de nuestro tiempo necesitan de alguien que les muestre el camino a Jesús, quien es el único que puede mostrarles el rostro de Dios. Necesitan de alguien que los ayude a abrir la puerta de la fe.1
Hermanos y hermanas: ¡Ellos nos están esperando!
Un nuevo momento de gracia
2. Estas reflexiones llegan a mi mente en este nuevo momento de gracia en la vida de nuestra gran Arquidiócesis de Los Ángeles.
Escribo esta carta al terminar las celebraciones por el décimo aniversario de la consagración de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles.
Nuestra Catedral es una señal viva de la misión evangelizadora de la Iglesia – de proclamar la Buena Nueva de Jesucristo y su Reino – en el corazón de nuestra ciudad y de nuestro mundo.2
La Iglesia existe para evangelizar. La Iglesia le pertenece a Jesús, quien le dio como misión única la salvación de las almas: “Vayan pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.3
La misión de la Iglesia es siempre antigua y siempre nueva. Y todos nosotros en la Iglesia – obispos, sacerdotes, diáconos, hombres y mujeres religiosos y consagrados, seminaristas y laicos de todas las profesiones y condiciones sociales – todos tenemos responsabilidades en esta misión.
3. Es por eso que les escribo esta carta pastoral en este momento de gracia. He aprendido a querer a cada uno de ustedes, como hermanos y hermanas amados en Cristo y como colaboradores en la misión de evangelización a la cual Él nos llama.
He pasado la mayor parte de estos dos años y medio tratando de llegar a conocerlos, a tantos como he podido. Qué bendición ha sido viajar a lo largo de este vasto y hermoso territorio de la Arquidiócesis para visitar a sus familias y sus parroquias. Esos momentos, en los cuales he tenido la oportunidad de ofrecer la Eucaristía por ustedes, o de celebrar el sacramento de la Confirmación para sus hijos, han sido una alegría en mi vida y en mi ministerio.
Mis hermanos y hermanas: me conmueve el hermoso testimonio que dan de nuestra fe católica, tanto en sus ministerios como en sus vidas diarias. Su amor generoso por Dios y por el prójimo me inspira y me da esperanza.
La familia que Dios ha reunido aquí en la Arquidiócesis de Los Ángeles es especial.
Nuestra Iglesia está viva, es joven, vibrante y en crecimiento. El Evangelio ha dado mucho fruto aquí. Hoy somos la iglesia particular más grande y diversa de nuestra nación. Dios continúa permitiéndonos crecer con el bautismo de miles de niños cada año.
Somos una imagen viva de lo que Nuestro Padre tenía planeado para su Iglesia: una familia de Dios con hijos e hijas de toda nación, raza, pueblo y lengua.4
La Iglesia es el centro y el alma de nuestra ciudad secular, señalando a nuestro prójimo hacia Dios y protegiendo la santidad de la persona humana a través de nuestros esfuerzos de educación, defensa y cuidado de aquellos que están en necesidad.
El Año de la Fe
4. He notado que nuestra iglesia particular tiene un papel único que desempeñar en la nueva evangelización de nuestro país y de nuestro continente. Y debido a que tenemos esta responsabilidad especial, tenemos que aprovechar al máximo este nuevo momento de gracia que se nos está dando.
Estamos a punto de empezar el “Año de la Fe” proclamado por nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI.
El Año de la Fe comenzará el 11 de octubre de 2012, marcando el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y continuará hasta el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Veo a este Año de la Fe como una hermosa oportunidad para que nosotros, la familia de Dios en Los Ángeles, tengamos una conversión de fe en Jesucristo más profunda y redescubramos nuestra vocación misionera como discípulos suyos.
Como el Santo Padre ha escrito: “Hoy como ayer, [Cristo] nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra… también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.5
5. Hermanos y hermanas: ¡Tenemos que hacer de este Año de la Fe un tiempo para renovar el primer amor que tuvimos por Jesucristo!6 Este es el momento para que nos esforcemos por alcanzar una plena madurez en nuestra identidad católica y en nuestra vocación de hijos de Dios. Ahora es el momento para que crezcamos en nuestro amor por la Iglesia y en nuestra fidelidad a su misión.7
Y este es el momento para que esta iglesia particular encuentre un ardor renovado por nuestra misión pastoral y espiritual. El compromiso eclesial más convencido, al que nuestro Santo Padre nos exhorta, significa que todos nosotros debemos asumir una nueva responsabilidad en esta misión cristiana ante nuestra nación y nuestro continente.
Nuestra iglesia particular nació de la misión de la Iglesia a las naciones y de la primera evangelización de las Américas. ¡Necesitamos recuperar nuestra historia misionera! Y tenemos que reconocer que esta herencia misionera llega hoy a nosotros como un don y también como un deber.
Recuperando nuestra historia misionera
6. Para los primeros evangelizadores de las Américas, estos territorios eran el Nuevo Mundo del cual Jesús había hablado a sus discípulos, y el que debían esperar.8Así, llenos de celo por las almas, llegaron desde España a México y de ahí viajaron a lo largo de todo este hermoso Nuevo Mundo, proclamando la Buena Nueva de Jesucristo.
Los primeros misioneros de América nombraron los ríos de esta tierra, sus montañas, sus bosques y sus ciudades con nombres de santos y de los misterios de la Iglesia católica. Ellos aprendieron las lenguas y costumbres locales y esparcieron la semilla del Evangelio para crear una rica civilización cristiana, que se expresó en poemas, representaciones artísticas, pinturas y esculturas, canciones, oraciones, devociones, en la arquitectura e incluso en las leyes y en los reglamentos.
La misión de la Iglesia en California, guiada por el gran sacerdote franciscano, el Beato Junípero Serra, construyó iglesias a lo largo del extenso camino costero que llamaron El Camino Real.
A lo largo de este camino se estableció nuestra gran ciudad, que fue llamada en sus inicios El Pueblo de Nuestra Señora de Los Ángeles, tomando ese nombre de los ángeles de Dios y de la Santísima Madre de Jesucristo, Reina de todos los ángeles en el cielo.
7. Los Ángeles, como todo California y las Américas, está construida sobre cimientos cristianos. Y hoy, nosotros estamos llamados a construir sobre esa base misionera y realizar una Nueva Evangelización de las Américas.
El Camino Real original no estaba muy lejos de donde se encuentra nuestra Catedral, pasando al lado de lo que hoy en día conocemos como la “Ruta 101” o “La Autopista de Hollywood” (U.S. Route 101, The Hollywood Freeway, en su acepción en inglés).
La cruz en la cima de la Catedral, que miles de personas pueden apreciar diariamente al conducir sobre esta autopista, es un signo de que la misión cristiana en Los Ángeles y en las Américas continúa en nuestros días, aun cuando la ciudad de Los Ángeles se ha convertido en una metrópolis altamente diversificada y secularizada, que fomenta innovaciones tecnológicas, forma opiniones, modas y culturas para el mundo entero.
Nuestra vocación como Arquidiócesis de Los Ángeles
8. Nuestra vocación como Arquidiócesis de Los Ángeles es continuar y cumplir con la misión de Cristo para el Nuevo Mundo.
Necesitamos acoger este Año de la Fe como un momento de renovación interior y preparación espiritual para dar un nuevo testimonio cristiano a nuestra ciudad y a nuestro continente.
Animado con este espíritu, nuestro Consejo Pastoral Arquidiocesano ha propuesto una serie de metas y objetivos prácticos para ayudarnos a crecer en la fe y en el conocimiento del Evangelio. Las propuestas del Consejo, que serán publicadas en las semanas venideras, coinciden con sus informes y recomendaciones finales sobre la implementación del Sínodo Arquidiocesano de 2003.
El Sínodo ha sido una fuente de gracia para nuestra Arquidiócesis, y su visión me ha ayudado cuando rezaba y reflexionaba sobre cuáles deberían ser nuestras prioridades pastorales para los próximos años.
Gracias a la visión del Sínodo y a la continua dedicación del Consejo Pastoral, podemos ver más claramente que nuestra iglesia particular tiene esta vocación especial a la Nueva Evangelización.
Por lo tanto, este Año de la Fe debe ser una oportunidad para crecer en nuestro conocimiento del don de Dios que se nos ha dado. Debe ser un tiempo para prepararnos mejor para vivir la vocación que hemos recibido y para dar testimonio de la esperanza que tenemos en Jesús.9¡Y este Año de la Fe debe ser un tiempo de renovación de la fe para cada uno de nosotros y para nuestra Arquidiócesis: para nuestras parroquias y escuelas; para los programas de catequesis y educación religiosa; para nuestros ministerios sociales!
Hermanos y hermanas, creo firmemente que nuestra familia arquidiocesana ha entrado en un nuevo momento de gracia.
Además del décimo aniversario de nuestra Catedral, también hemos celebrado recientemente el vigésimo quinto aniversario de la visita pastoral del Beato Papa Juan Pablo II a Los Ángeles, el 15 y 16 de septiembre de 1987.
Esa visita fue una hermosa bendición y sigue siendo una fuente de gracia para esta Arquidiócesis. Por ello, invoco la intercesión del Beato Juan Pablo II por nuestra iglesia particular y por cada uno de nosotros en este Año de la Fe.
Prioridades para la Nueva Evangelización
El Beato Juan Pablo II exhortó a la Iglesia a una “nueva evangelización. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”.10 Nuestra tarea es la de responder a su llamado. Debemos encontrar nuevas maneras y nuevo entusiasmo para evangelizar, en nuestras familias, nuestro trabajo, y en todos los ministerios de nuestra Iglesia.
Animado con ese espíritu, quiero sugerir algunas orientaciones e iniciativas para que podamos aprovechar al máximo este año de renovación. Quisiera hacerlo recordando las cinco prioridades pastorales que expuse al inicio de mi ministerio.
Estas prioridades reflejan nuestra comunión con los obispos de California y de los Estados Unidos, con nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI, y con toda la Iglesia universal. También reflejan las metas de nuestro Sínodo Arquidiocesano para la promoción de la educación en la fe, la vida sacramental, la justicia social, la evangelización, el liderazgo colegial y un mayor sentido de responsabilidad en el ministerio.
En este Año de la Fe, creo que estas cinco prioridades pueden servirnos como un marco útil para enfocar nuestros esfuerzos de renovación.
9. Mi primera prioridad pastoral es la educación en la fe.
No importa quiénes seamos o en qué punto en nuestro camino de fe estemos; todos necesitamos crecer en nuestro conocimiento de la fe. Entonces, hagamos de este Año de la Fe un tiempo para realmente aprender qué creemos como católicos y porqué lo creemos. Aprendamos también la diferencia que estas creencias deberían hacer en nuestras vidas y en nuestro mundo.
En términos concretos, hagamos de éste, un año para aprender a rezar mejor y a leer el Evangelio con una fe más viva y una comprensión más profunda. Recomiendo vivamente que nos comprometamos a aprender la antigua práctica católica de la lectio divina, en la que la lectura del texto sagrado se convierte en un encuentro personal con Jesucristo, Palabra de Dios viva, quien nos interpela y guía nuestras vidas.11
También espero que todos hagamos de éste, el año en que adquiramos un hábito – que dure a lo largo de toda nuestra vida – de aprender sobre nuestra fe.
Un buen punto para comenzar es estudiando las enseñanzas del Concilio Vaticano II (1962-1965), especialmente como están expresadas en el Catecismo de la Iglesia Católica y en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Necesitamos escuchar lo que el Espíritu sigue diciendo a la Iglesia de hoy a través del Concilio.12
Para mí, lo más importante del Concilio Vaticano II fue la restauración de la enseñanza evangélica sobre la vocación universal a la santidad: de que todos estamos llamados a ser santos.13 El Concilio enseñó una visión de la fe que abarca la vida completa, y nos recordó que estamos llamados a ser transformados por la gracia en la imagen de Jesucristo y que todos nosotros estamos llamados a trabajar con su gracia para transformar nuestro mundo a imagen del Reino de Dios.
Esta es la visión de fe que es necesaria si queremos ser verdaderos testigos para la Nueva Evangelización en nuestra sociedad global. Por ello, en este Año de la Fe, necesitamos profundizar nuestra comprensión de la visión del Concilio. Necesitamos hacer de esa visión, el fundamento de nuestro testimonio en nuestra ciudad, en nuestro país y en nuestro mundo.
La vocación de los laicos a ser personas eucarísticas
Rezo para que este Año de la Fe sea el año en el que los fieles laicos redescubran su vocación a proclamar el Evangelio en medio del mundo: en sus casas, en la economía, en los lugares donde trabajan, y en todas sus responsabilidades políticas y civiles.
Queridos fieles laicos: ¡la fe que profesan los domingos se debe vivir afuera, en el mundo, durante el resto de la semana! Están llamados a santificar su trabajo, lo que significa que tienen que ver sus actividades diarias como el lugar en donde se encuentran y caminan con Jesús, buscando la santidad y la voluntad del Padre.
Cada uno de ustedes tiene un papel que jugar en el desarrollo de esta ciudad terrenal, en vistas al Reino de Dios. Juntos tenemos que llenar nuestra sociedad de los valores del Evangelio, los valores de la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad.
La educación en la fe nos debe llevar a una práctica más intensa de la fe. Deberíamos tener el deseo de conocer mejor nuestra fe para que podamos vivirla más plenamente, con más amor y devoción.
Es por eso que la educación en la fe, como todo lo demás en la Iglesia, debe estar enraizada en el misterio de la Eucaristía. ¡Tenemos que vivir la Misa! Ese es el objetivo de la educación en la fe: que nos transformemos en un pueblo Eucarístico, viviendo con la conciencia de que todos tenemos un alma sacerdotal.14
Así como Jesucristo ofreció su Cuerpo y su Sangre en la cruz por nosotros y así como Él renueva su sacrificio en cada Eucaristía, nosotros estamos llamados a vivir a imitación de Él.
Estamos llamados a trabajar con las gracias que recibimos en la Eucaristía y a hacer de nuestras vidas algo hermoso que podamos ofrecer a Dios. Estamos llamados a hacer de nuestras vidas una oración, un don que ofrecemos amorosamente por la gloria del nombre de Dios y por la salvación de nuestros hermanos y hermanas.15
Construyendo la familia de Dios
10. Mi segunda prioridad es promover las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa y consagrada.
Nuestra Iglesia siempre necesita más hombres y mujeres que puedan dar testimonio de la belleza radical de una vida totalmente entregada a Jesucristo. En este Año de la Fe, creo que necesitamos enfocarnos de manera particular en las vocaciones al sacerdocio.
El sacerdocio es un don y un misterio en el plan de Dios para la salvación del mundo. El sacerdote hace a Cristo presente en el mundo. Por medio de sus sacerdotes, Cristo pronuncia sus palabras de perdón. Por medio de sus sacerdotes, Él ofrece al mundo su Cuerpo y su Sangre como Pan de Vida para la vida del mundo.16
Jesús dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”.17A través del ministerio del sacerdote, tenemos a Jesús. Y a través de la paternidad espiritual del sacerdote, los hombres y mujeres del mundo de hoy pueden ver y amar a nuestro Padre Celestial.
Las vocaciones nacen de una cultura católica. Y este Año de la Fe debe ser un tiempo en el que encontremos una energía renovada para apoyar a nuestros sacerdotes y seminaristas y para construir esta cultura de las vocaciones. Un paso práctico que podemos dar es el de intensificar nuestra oración como familia de Dios.
¡Qué gran diferencia haría si cada católico y cada parroquia estuvieran dedicados a rezar diariamente por nuestros sacerdotes y por nuevas vocaciones! ¡Imaginen las gracias que serían derramadas si muchos de nosotros nos comprometiéramos regularmente a estar en adoración Eucarística y a hacer horas santas rezando por vocaciones!
11. Mi tercera prioridad es fomentar nuestra identidad católica universal y nuestra diversidad cultural.
El encuentro con Jesucristo y su Evangelio en Los Ángeles ha llevado a una rica comunión entre diversas culturas indígenas e inmigrantes. Estamos excepcionalmente ubicados en el cruce de los continentes, uniendo América del Norte y del Sur, abriéndola al Caribe, a Asia y a Oceanía.
Por eso nuestra iglesia particular siempre estará configurada por las energías y la fe de nuevos pueblos provenientes de todo el mundo. A su vez, debemos asegurarnos que nuestra iglesia sea siempre un signo de la familia de Dios. La familia de Dios en Los Ángeles debe ser siempre un signo de que Dios está con nosotros, y que en sus ojos amorosos nadie es extranjero y que todos nosotros somos hermanos y hermanas.
En este Año de la Fe, debemos dar un paso simple y práctico para edificar nuestro sentido de comunión como familia de Dios.
Somos una familia con hermanos y hermanas venidos de decenas de tradiciones étnicas diferentes, cada una con nuestras propias oraciones particulares, devociones, costumbres y santos patronos. Empecemos a tratar de aprender de las tradiciones de unos y otros. Y busquemos formas para que podamos celebrar y compartir este rico tesoro de piedades y espiritualidades católicas con las personas de nuestro tiempo.
Proclamando la cultura de la vida
12. Mi cuarta prioridad es proclamar el Evangelio de la vida y promover una cultura de la vida en nuestra sociedad.
Como Iglesia se nos ha confiado la Buena Nueva de Jesucristo: que la persona humana es sagrada y que fue creada a imagen de Dios. Es por eso que luchamos por los derechos de la persona, desde su concepción hasta la muerte natural. Por eso luchamos por la justicia para el inmigrante y el trabajador, para el prisionero, para el hambriento y para el que no tiene hogar. Por eso defendemos los derechos de los ancianos y de los enfermos, para que sean cuidados con amor y compasión.
En este Año de la Fe quiero ofrecer una expresión concreta de nuestro testimonio, extendiendo la misión de nuestra Oficina Arquidiocesana de Justicia y Paz. Le daremos a esta oficina un nuevo nombre, Oficina de Vida, Justicia y Paz, e incluiremos dentro de su misión la tarea de defender la vida inocente contra las amenazas del aborto y la eutanasia.
Esta medida fortalecerá todos los aspectos de la misión social básica de la Arquidiócesis: desde nuestras diversas obras de caridad y de servicio, hasta nuestros esfuerzos por buscar justicia para los inmigrantes, los trabajadores, los prisioneros y los pobres. Este cambio también potenciará nuestros esfuerzos por construir una cultura de la vida, ya que demostrará nuestra firme convicción de que el derecho a la vida es el fundamento de todos los demás derechos y libertades, así como el verdadero fundamento de la justicia y la paz en la sociedad.
En este Año de la Fe, cada uno de nosotros debe redescubrir la importancia de la doctrina social de la Iglesia y nuestro deber personal como cristianos para trabajar por la justicia y por el bien común. Nuestro amor por Cristo exige que construyamos una sociedad que sea más respetuosa de la dignidad de la persona humana, creada a imagen de Dios.18
Nuevamente recomiendo que en este Año de la Fe empecemos, en nuestras parroquias y en nuestras casas, un estudio práctico del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.
En Jesucristo, el amor al prójimo y el amor a Dios se hacen uno. El Cristo que llega a nosotros en la Eucaristía es el Cristo que viene siempre a nosotros en su aspecto más doloroso: en el pobre, en el extranjero, en el inmigrante, en el prisionero, en el no nacido. Aquel que dice “esto es mi Cuerpo” también nos dice: “en verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron”.19
La identificación de Jesús con el pobre y con el vulnerable es una de las hermosas verdades reveladas en nuestra religión. En el más pequeño de nuestros hermanos y hermanas encontramos a Jesús. Y cuando encontramos a Jesús, encontramos a Dios.
Las obras de caridad y de justicia de la Iglesia son una dimensión fundamental de la Nueva Evangelización. A través de nuestro amor por los demás, damos testimonio de la realidad de nuestro Dios, que es amor. A través de nuestro trabajo para hacer de ésta una sociedad de verdad y de amor, hacemos del amor de Dios por todos los hombres y mujeres una realidad en nuestro mundo.
13. Mi quinta prioridad es defender y fortalecer el matrimonio y la familia, basada en la unión permanente y exclusiva de un hombre y una mujer.
Nuestra Iglesia tiene que encauzar una renovación cultural para que nuestra sociedad vea, una vez más, que el matrimonio es sagrado y que la familia es el verdadero santuario de la vida y el corazón de la civilización del amor.
Necesitamos hacer todo lo posible para que podamos restablecer una “cultura de la familia” en nuestra sociedad. Eso significa defender el matrimonio ante una confusión cultural generalizada. Eso significa hacer más en nuestras parroquias y ministerios para apoyar a las madres, a los padres y a las familias. Eso significa conversar con nuestros hijos, desde temprana edad, acerca de la belleza y significado del matrimonio y de la familia.
En este Año de la Fe profundicemos en nuestra comprensión de que el Evangelio es la buena nueva del “plan de familia” de Dios para la historia. Es por ello que nuestro Padre envió a su Hijo Único para que, de su Espíritu, naciera en el vientre de una madre y fuese criado en una familia con una madre y un padre. Necesitamos profundizar en nuestra conciencia de que somos hijos de Dios y de que nuestro Padre nos llama a vivir como hermanos y hermanas en su familia, la Iglesia.
Regresando a Dios por medio de testigos
14. Como un signo de nuestro compromiso con la Nueva Evangelización en este Año de la Fe, quiero establecer una nueva Oficina Arquidiocesana para la Nueva Evangelización. Esta nueva oficina será responsable de establecer y de coordinar nuestras iniciativas para propagar el Evangelio e incrementar el conocimiento y el amor de los católicos a su fe.
Este Año de la Fe debería ser un tiempo en el que examinemos cada área de la vida pastoral en nuestra gran Arquidiócesis, en nuestras parroquias y en todos nuestros ministerios. Tenemos que preguntarnos: ¿Nuestro trabajo está llevando a hombres y mujeres a Jesucristo y a su Iglesia? Por medio de nuestros programas y ministerios, ¿se está propagando la fe cristiana y se está profundizando en el conocimiento de la fe?
¡Todo lo que hacemos debe medirse en función de su contribución a la proclamación de Jesucristo a los hombres y mujeres de nuestros días!
15. Queridos hermanos y hermanas, es tiempo de que nos hagamos conscientes de que en el plan de salvación de Dios, esta iglesia particular tiene una vocación histórica. Es tiempo de que respondamos a nuestra vocación a ser colaboradores de Jesucristo, es decir, que desempeñemos nuestro papel en la gran historia de salvación que Dios está escribiendo en la historia de las naciones.20
Este es el tiempo para que cada uno de nosotros regrese a lo que realmente importa. La Nueva Evangelización debe empezar en sus corazones y en el mío. Todos necesitamos una nueva conversión, ya que solamente un corazón convertido puede llevar a otros corazones hacia la conversión.
La conversión a Jesucristo no se da únicamente en un momento ni es un evento único en nuestras vidas. El encuentro con Jesucristo es el inicio de una jornada de fe. Nuestra relación con Jesucristo exige una decisión cotidiana de volver nuestros corazones hacia Él, de seguirlo e imitarlo, para conocerlo mejor, cada día de una manera más íntima. La conversión es el trabajo de toda nuestra vida.
En todas las épocas y lugares, los creyentes tienen el deber de proclamar el Evangelio. Estamos llamados a transmitir a los demás la fe que hemos recibido. Estamos llamados a compartir con los demás el amor de Dios que conocemos. Esta es la identidad y la responsabilidad más elemental de todo católico. En nuestros tiempos, nuestra vocación católica para la santidad y la misión nos apremia.
Nuestro mundo volverá a Dios, pero no solamente con palabras y programas, no importando cuán elocuentes o bien pensados estén. Nuestro mundo volverá a Dios solamente por medio de testigos, del testimonio de hombres y mujeres que con el ejemplo de sus vidas atestigüen que Jesucristo es real y que su Evangelio es el camino a la verdadera felicidad.
Hermanos y hermanas, Jesús nos está llamado a nosotros a ser esos testigos.
La estrella radiante de la Nueva Evangelización
16. ¡Nuestro mundo está esperando una Nueva Evangelización!
Es por ello que, marcando el décimo aniversario de nuestra Catedral, también hemos consagrado una hermosa y nueva capilla para honrar a Nuestra Señora de Guadalupe. Esta nueva capilla contiene una preciosa reliquia de la tilma milagrosa que lleva la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Esta reliquia tiene un significado especial para mí. De hecho, en la base del altar mayor de nuestra Catedral, hay una pequeña caja de mármol que contiene las reliquias de veintiséis mártires y santos de todos los continentes y de todos los periodos de la historia de la misión de la Iglesia a las naciones. Esta nueva reliquia en nuestra nueva capilla es un signo para mí (y espero que sea un signo para todos nosotros) de que Nuestra Señora de Guadalupe fue enviada por Dios para ser la estrella radiante en los albores de la primera evangelización del Nuevo Mundo.
Nuestra Santísima Madre se apareció a san Juan Diego en las afueras de la Ciudad de México en 1531, tan sólo una generación después de que Cristóbal Colón realizara sus viajes de descubrimientos. La venida de Nuestra Señora inspiró a una generación de misioneros católicos: sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles laicos. En pocas décadas, ellos propagaron la fe en Jesucristo a lo largo de América del Sur y del Norte, el Caribe, las Filipinas, y en las profundidades de los países de Asia y Oceanía.
Por eso, al concluir ésta, mi primera carta pastoral para ustedes, pido las oraciones y la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe y ruego para que esta nueva capilla nos recuerde que María, nuestra Santísima Madre, está siempre con nosotros como la estrella radiante de la Nueva Evangelización. Que ella nos inspire y nos guíe para cumplir con nuestra vocación: ser la nueva generación de misioneros para nuestra ciudad y para nuestro mundo.
Por la Providencia de Dios, el Año de la Fe concluirá en el tricentenario del nacimiento del gran misionero de California, el Beato Junípero Serra, que nació el 24 de noviembre de 1713.
Acojamos entonces este nuevo momento de gracia para nuestra Arquidiócesis con el celo y la valentía del Padre Serra y de los primeros evangelizadores de las Américas.
Con nuestro testimonio, hagamos de ésta, una verdadera Ciudad de Los Ángeles: una ciudad del amor y de la verdad, en donde todos sepan que Dios está cerca en su amor y en donde los horizontes de cada vida estén abiertos a su promesa de salvación.
A través de la intercesión de Nuestra Señora de Los Ángeles, Patrona de esta gran e histórica Arquidiócesis, comprometámonos a seguir construyendo sobre sus cimientos misioneros. Por medio del testimonio de nuestras vidas, ¡hagamos de América, una vez más, un Nuevo Mundo de la fe!
Dada en Los Ángeles
en la Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles
2 de octubre de 2012
Memoria de los Ángeles Custodios
en mi segundo año como Arzobispo de Los Ángeles
Monseñor José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
1. Cfr. Hch 14,27.
2. 2 Co. 10,16; Hch 8,4. 12. 25. 35. 40.
3. Mt. 16,18. 28,19-20. Cfr. Papa Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, Exhortación apostólica sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, 8 de diciembre de 1975, apartado 14.
4. Cfr. Ef 3,14; Ap 5,9-10.
5. Benedicto XVI, Porta Fidei, Carta apostólica en forma de Motu Proprio, Con la cual se convoca el Año de la Fe, 11 de octubre de 2011, apartado 7.
6. Cfr. Ap 2,4
7. Cfr. Col 4,13; Hb 6,1; 3 Jn 1,6.
8. Cfr. Hch 1,8; Mt 19,28; 1 Co 15,24; 2 Pe 3,13; Ap 11,15. 19,16.
9. Jn 4,10-22; Hch 17,23; 1 Tes 2,12; Col 1,10; 1 Pe 3,15.
10. Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del Consejo Episcopal Latinoamericano, 9 de marzo de 1983, sección III.
11. El Papa Benedicto XVI nos da una guía muy práctica en la Lectio divina en el documento Verbum Domini, Exhortación apostólica post-sinodal, sobre la palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, 30 de septiembre de 2010, apartados 86 y 87.
12. Cfr. Ap 2,7.
13. Cfr. Rm 1,7; Flp 1,1.
14. Cfr. 1 Pe 2,9; Ap 1,6; Rm 15,16.
15. Cfr. Mt 16,24-25; 1 Jn 3,16-18; Rm 12,1; Hb 13,15; 1 P 2,5.
16. Cfr. Jn 6,35. 51.
17. Jn 14,9.
18. Cfr. 2 Co 5,14.
19. Mt 26,26. 25,31-46.
20. Cfr. 1 Co 11,1; Hch 1,8; Mc 16,15. 20; 1 Co 3,9.