Excelentísimo Sr. José H. Gómez Arzobispo de Los Ángeles
Grapevine, Texas 23 de septiembre de 2018
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,1
Nuestra lectura del Evangelio de hoy empieza con estas palabras: “Jesús y sus discípulos partieron de allí y emprendieron un viaje”.
Esta es nuestra historia de todos, la de ustedes y la mía. Esta es la historia de la Iglesia.
Nosotros somos sus discípulos. Eso significa que en algún momento de nuestras vidas, cada uno de nosotros ha llegado a conocer a Jesús. Cómo llegamos a encontrarlo, o cómo nos encontró él, eso ya es parte de la historia de nuestras vidas. Y cada historia es diferente porque cada vida es diferente.
Lo que es un hecho es que para todos nosotros este encuentro con Jesús cambió la dirección de nuestras vidas. Este encuentro nos hizo dejar atrás el pasado y empezar un nuevo recorrido con él.
Por eso es que estamos aquí hoy. ¡Y qué hermoso regalo es el don de la fe! No hay nada más hermoso que encontrar a Jesús y descubrir la verdad de su amor, la verdad de que él dio su vida por nosotros en la cruz, de que murió y resucitó para liberarnos con el fin de que vivamos en santidad y lleguemos a ser santos, para que lleguemos a ser los hombres y mujeres que Dios quiso que fuéramos al crearnos.
Hermanos y hermanas, de eso se trata este Quinto Encuentro Nacional.
Sí, el Encuentro trata también sobre nuestra identidad y responsabilidad misionera como Católicos Latinos de los Estados Unidos. Eso es muy importante.
Pero, ante todo, el Encuentro tiene que ver con el “encuentro” con Jesucristo. Se trata de que nos demos cuenta de que somos discípulos que están haciendo un viaje. Se trata de comprender que el significado de nuestra vida se encuentra al caminar con Jesús y al compartir su misión de construir su Reino.
Hermanos y hermanas, nuestras vidas son parte de algo mucho más grande que nosotros.
El viaje de ustedes está ahora unido al de él. La historia de ustedes es ahora una parte de la historia de la salvación, del viaje del pueblo de Dios a través de la historia.
Lo que inició con Jesús y sus discípulos en esos senderos polvosos de Galilea y Jerusalén, llegó finalmente a Roma. Y a partir de ahí, el viaje continuó hasta los confines de la tierra, llegando a los pueblos de Europa, África y Asia.
El viaje de la Iglesia continuó hacia el continente americano con la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe en México, en 1531.
Todos conocemos esa historia. La aprendimos cuando éramos niños, y se la transmitimos a nuestros pequeños. Es una hermosa narración del tierno amor de Dios, manifestado en la historia.
Como sabemos, la Virgen le confió una misión a San Juan Diego: lo envió a ir a decirle al obispo que construyera una iglesia para nuestro Señor.
Piensen en eso, mis queridos hermanos y hermanas: Jesús le confió la misión de su Iglesia en el Nuevo Mundo a un laico. No a un sacerdote o a un obispo. No a un miembro de una orden religiosa.
Jesús llamó a un laico para que fuera el primero, para encabezar su misión en el continente americano.
Hermanos y hermanas, ustedes son los hijos de la Virgen de Guadalupe, son guadalupanos; ustedes son los herederos espirituales de Juan Diego. La misión que se le confió a él, se les confía ahora a ustedes.
Mis queridos hermanos y hermanas, creo que este momento de la Iglesia es la hora de los laicos. Es el tiempo de los santos.
En el espíritu de San Juan Diego, creo que nuestro Señor los está llamando, a cada uno de ustedes, a “ir con los obispos”. Él llama a los fieles laicos a trabajar junto con los obispos para renovar y reconstruir su Iglesia. No sólo en este país, sino a través de todo el continente americano.
Esta es la gran responsabilidad que ustedes tienen en este momento. Pero debemos recordar que el liderazgo en la Iglesia no es como el liderazgo de un gobierno o de una corporación.
De eso está hablando Jesús en el Evangelio de hoy.
Es interesante, ¿no creen? Jesús les está enseñando, pero los apóstoles todavía no “captan” lo que él les dice. Empiezan, en cambio, a discutir sobre sus propios privilegios, peleando por ver quién de ellos era el más grande. Esa escena del Evangelio de hoy puede ser el primer comienzo del clericalismo en la Iglesia.
Sabemos que eso no es lo que Jesús quiere. En la segunda lectura, Santiago dice que no hay espacio en la Iglesia —ni en el corazón de ningún cristiano— para los “celos y la ambición egoísta”.
Hermanos y hermanas, ustedes están siendo llamados a llevar la delantera, pero no para satisfacer un deseo de poder. Ustedes están llamados a ser líderes por su santidad. La verdadera unidad en la Iglesia sólo se producirá si cada uno de nosotros, clérigos y laicos, nos esforzamos por ser santos, como Dios es santo.
La santidad implica abnegación y sacrificio por Jesús y por el Evangelio. La santidad consiste renunciar a nuestros propios deseos para seguir a Jesús y para hacer la voluntad de Dios. La santidad es un amor que viene a servir, como Jesús vino a servir.
Nuestro Señor nos dice hoy: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Como sabemos, dentro de unas pocas semanas vamos a tener un nuevo santo del continente americano, ¡un nuevo santo latino! El Papa Francisco canonizará al Beato Óscar Romero, el santo obispo de San Salvador.
No mucho antes de su martirio, Monseñor Romero dijo en una sus homilías: “Hermanas y hermanos, pregúntense a sí mismos: ¿Dónde está la plena realización de mi vida? ¿Dónde me quiere el Señor? Todos tenemos una vocación. Todos tenemos un lugar en la historia. Busquemos nuestra felicidad buscando siempre lo que Dios desea de nosotros”.2
Hermanas y hermanos, estas poderosas palabras están ahora dirigidas a nosotros. Nuestro Señor está llamándolos a cada uno de ustedes a que escuchen su voz y a que busquen la voluntad de él para sus vidas; a que tomen su lugar en la historia de la salvación y a que desempeñen la parte que les corresponde en la misión de su Iglesia.
Pidámosles a San Oscar Romero, el obispo santo, y a San Juan Diego, el laico santo, que sean nuestros guías e inspiración en este tiempo de prueba de la Iglesia.
Como ustedes saben, cuando Juan Diego se encontró por primera vez con la Madre de Dios, protestó. Dijo que no era lo suficientemente poderoso o santo como para llevar a cabo la misión que ella le estaba pidiendo.
Y recordamos, por supuesto, aquellas palabras que Nuestra Señora le dirigió. Ella le dijo: “Tengo muchos mensajeros a quienes podría enviar para que llevaran mi mensaje. Pero es absolutamente necesario que tú mismo vayas”.
Hermanos y hermanas, Jesucristo tiene un mensaje que él quiere que ustedes transmitan con sus vidas. Y es absolutamente necesario que sean ustedes mismos quienes lo transmitan.
Entonces, sigamos siempre adelante con confianza. ¡Seamos hombres y mujeres del encuentro! Que cada uno de nosotros lleve a muchas personas a su propio y hermoso encuentro personal con Jesucristo.
Y que Nuestra Señora de Guadalupe vaya con nosotros en el viaje que hacemos como discípulos de Jesús.
Que ella nos ayude a ser santos, a ser héroes y a ser sanadores. Estos tiempos lo exigen. Y para esto es para lo que fuimos hechos.
1. Lecturas (Domingo 25 del Tiempo Ordinario): Sab 2, 12, 17–20; Sal 53,3–6, 8; Sant 3,16–4,3; Mc 9, 30–37.
2. Homilía (Ene. 6, 1980), en Un Obispo profeta le habla a su pueblo: Homilías completas del Arzobispo Óscar Romero [A Prophetic Bishop Speaks to His People: The Complete Homilies of Archbishop Oscar Romero] (Convivium, 2016): vol. 6, 155.