Excelentísimo Sr. José H. Gómez Arzobispo de Los Ángeles
Napa, California 27 de julio de 2017
(El Arzobispo Gómez pronunció estos comentarios en la 7a Conferencia Anual de Verano del Instituto Napa)
Queridos amigos,
Acabo de regresar de México. Hace unas semanas tuve la bendición de encabezar nuestra primera peregrinación desde la Arquidiócesis de Los Ángeles a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.
Como algunos de ustedes ya saben, tengo una gran devoción a Nuestra Señora de Guadalupe. La aprendí de mis padres, desde el tiempo en que era yo un niño que crecía en Monterrey, México.
Cada verano mi mamá y mi papá nos llevaban a mis hermanas y a mí en un viaje de 600 millas para visitar a nuestros abuelos, que vivían en la Ciudad de México. Y cada vez que íbamos, toda nuestra familia hacía una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
Mi experiencia no fue única. Esto es lo que hacen las familias católicas en México: todos tratan de hacer una peregrinación a la Basílica, al menos una vez al año.
Creo que la mayoría de nosotros conocemos la historia de las apariciones de Guadalupe. Esto nos transporta hacia atrás, al “amanecer espiritual” de la misión de la Iglesia en el continente americano.
Era diciembre del año 1531 y la Santísima Virgen se le apareció a un pobre indígena converso llamado Juan Diego, en una colina situada en las afueras de la Ciudad de México.
La Virgen le encomendó a Juan Diego una misión: la de ir con el obispo y pedirle que construyera un santuario que llevara su nombre.
Para convencer al obispo, Nuestra Señora le dio una señal. Hizo que florecieran rosas a pesar de que era lo más crudo del invierno. Luego usó esas rosas para “imprimir” su propia imagen en la capa —llamada “tilma”— que Juan Diego llevaba puesta.
Y como bien sabemos, esa tilma todavía está colgada hoy —casi 500 años después— en la Basílica, que se construyó no muy lejos del sitio en donde ella se apareció por primera vez.
Estoy recordando esa historia hoy porque creo que en las apariciones de Guadalupe está la “clave” para entender los tiempos en que vivimos.
Así que de eso es de lo que quiero hablar con ustedes hoy. También, es algo que tiene mucho sentido porque, como sabemos, el Instituto Napa está bajo el patrocinio de Nuestra Señora de Guadalupe.
Quiero ofrecerles hoy mis reflexiones sobre la importante conversación que ha estado teniendo lugar en la Iglesia este año: la cuestión de cómo vamos a vivir nuestra fe católica y a llevar a cabo la misión de la Iglesia en una sociedad “post-cristiana”. Una sociedad que es cada vez más hostil a nuestros valores y a nuestras creencias.
Esta es una conversación crucial. El Arzobispo Chaput, tiene razón: estamos convirtiéndonos rápidamente en “extraños en una tierra extraña”. El reciente libro de él es la obra más importante que se ha escrito en la Iglesia en algún tiempo. Y estoy de acuerdo con él: no podemos asumir con indiferencia el asunto de si elegimos un camino u otro en el futuro.
Hoy les voy a ofrecer mis reflexiones en tres partes.
Primero, quiero empezar por mirar el momento cultural en el que nos encontramos, es decir, los signos de los tiempos.
En segundo lugar, voy a sugerir que necesitamos ver nuestra situación actual a la luz del “acontecimiento” de las apariciones de Guadalupe. Yo creo que en este acontecimiento podemos ver la “visión” de Dios —sus planes y propósitos— para la Iglesia del continente americano.
En tercer y último lugar, quiero ofrecer algunas reflexiones sobre algunos “temas” que descubrimos en la historia de las apariciones de Guadalupe. Estos temas nos proporcionan un camino para seguir adelante, una manera de pensar acerca de nuestra vida y misión cristianas en los años por venir.
Así que con esa introducción, permítanme comenzar.
América
Creo que todos nosotros, los que estamos aquí hoy, experimentamos un sentimiento de urgencia acerca del rumbo que está tomando nuestro país.
En los primeros siglos de la Iglesia, San Jerónimo escribió acerca de la herejía arriana, que negaba que Jesucristo fuera verdaderamente Dios.
Y fue Jerónimo quien pronunció aquella famosa frase: “El mundo entero despertó y gimió, y se sorprendió al descubrir que era arriano”
1.
Podríamos decir algo similar sobre nuestros tiempos. En la última década, es como si todos nos hubiéramos despertado para descubrir que la sociedad estadounidense está siendo progresivamente “descristianizada”
2.
Ahora bien, debo aclarar algo: no creo que Estados Unidos haya sido alguna vez una “nación cristiana” completamente comprometida. Pero no hay duda de que fue fundada como una “nación cristiana”.
Sin embargo, hay demasiadas maneras en las que nuestra nación nunca ha vivido de acuerdo a los valores cristianos. Podemos señalar el “pecado original” de la esclavitud, el trágico maltrato de las poblaciones nativas; las continuas injusticias que suceden, tales como el racismo, y el millón o más de abortos que se realizan cada año.
Es incuestionable el hecho de que nuestras instituciones y nuestra identidad nacional tenían que haber sido moldeadas por la visión y los valores del Evangelio. La promesa de Estados Unidos —es decir, lo que aún distingue a este país de todos los demás— es nuestro compromiso por promover la dignidad humana y la libertad en servicio del Creador. En el fondo, éste es un compromiso cristiano.
El punto es que todo está cambiando justo ahora. Nos estamos enfrentando a una agenda agresiva, organizada por grupos de élite que quieren eliminar la influencia del cristianismo en nuestra sociedad.
Nuestras creencias son catalogadas ahora como una especie de odio o intolerancia. Nuestras instituciones de la Iglesia se enfrentan a demandas por el “crimen” de seguir creyendo lo que Jesús enseñó; por el “crimen” de no querer cooperar con prácticas que consideramos inmorales o deshumanizantes.
Amigos míos, no podemos darnos el lujo de elegir los tiempos en que vivimos. Estos son tiempos difíciles; es algo que no se puede negar.
Pero los santos nos recuerdan que todos los tiempos de la Iglesia son tiempos peligrosos.
San Agustín dijo: “¡Malos tiempos! Tiempos problemáticos Esto es lo que la gente está diciendo. Que nuestras vidas sean buenas, y los tiempos serán buenos. Nosotros somos los que hacemos nuestros tiempos. Tal como seamos, así serán los tiempos”
3.
Éste es el desafío que enfrentan los cristianos en todo momento y en todo lugar. ¿Vamos a moldear nuestros tiempos? ¿O permitiremos que nuestros tiempos nos moldeen a nosotros?
Lo que decidamos marcará toda la diferencia. No sólo para nosotros y para nuestras familias, sino también para nuestros tiempos, para nuestra sociedad y para nuestra cultura.
Y esto me vuelve a traer a las apariciones de Guadalupe.
Guadalupe
Para mí, la pregunta no es realmente, ¿cómo vamos a
moldear nuestros tiempos?
Sino, más bien, ¿cómo quiere Dios que moldeemos nuestros tiempos? ¿Cuál es el camino que
Jesucristo quiere que sigamos en este momento de la historia de nuestra nación?
Quiero sugerir que el camino ya existe. Comenzó en el Tepeyac, en 1531.
La aparición de Guadalupe no fue un acontecimiento casual. No hay coincidencias en la Providencia de Dios.
Nuestra Señora no se apareció sólo para el pueblo mexicano. Sus intenciones fueron tener un alcance continental y universal.
En el relato que nos ha sido transmitido —un relato basado en el testimonio de San Juan Diego— Nuestra Señora le dijo a él: “Yo soy verdaderamente tu Madre compasiva; tu Madre y la Madre de todos los que moran en esta tierra y en todas las demás naciones y pueblos”
4.
La Madre de Dios vino al Tepeyac para ser la Madre del continente americano.
Lo sucedido en el Tepeyac es el verdadero “acontecimiento fundacional” de la historia de Estados Unidos. Y eso significa que es el verdadero acontecimiento fundacional de la historia de nuestro país, así como también de la historia de todos los demás países de América del Norte y del Sur. Todos somos hijos del Tepeyac.
Lo sucedido en el Tepeyac nos da la “historia alternativa” de América. En el plan de Dios, éste es un continente. Está destinado a comenzar una nueva civilización. Un nuevo mundo de fe.
De esto es de lo que se trata el Tepeyac.
Pocos años después de esta aparición, millones de personas fueron bautizadas en México y en toda América. Una gran onda de santidad se extendió a lo largo de los continentes, suscitando santos y héroes de la fe en todos los países.
La Ciudad de México se convirtió en la sede espiritual para el “control de la misión” de evangelización del continente americano, de Asia y de Oceanía.
Cuando San Junípero Serra llegó al Nuevo Mundo, zarpó a bordo de un barco llamado
Nuestra Señora de Guadalupe. Llegó a Veracruz e inmediatamente empezó a caminar, recorriendo 300 millas para llegar al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Ciudad de México.
Cuando llegó allí, pasó la noche en oración y por la mañana ofreció la Eucaristía, consagrando su misión americana a la Virgen
5.
Amigos, tenemos que seguir este ejemplo. Tenemos que consagrar nuestra vida cristiana y la misión de la Iglesia a la Virgen.
Creo que esta es la respuesta a los desafíos que enfrentamos actualmente en nuestra cultura. El camino que debe seguir nuestra Iglesia, justo ahora, en este momento, es “regresar” al Tepeyac.
Necesitamos seguir el sendero que la Virgen nos traza, el camino para construir una nueva civilización de amor y de verdad en el continente americano.
Así que en el resto del tiempo que pasemos juntos, quiero ofrecer una breve reflexión, una especie de interpretación espiritual de la historia de las apariciones de Guadalupe, a la luz del momento que estamos viviendo aquí en nuestro país.
A mi modo de ver, esta historia destaca cinco temas:
vocación, educación, vida, cultura y familia.
Estos temas sugieren ciertas prioridades y direcciones para la Iglesia.
Si los miramos juntos, nos proporcionan una especie de “estrategia” para la vida cristiana y para llevar a cabo la misión de la Iglesia en este momento “post-cristiano” de nuestra sociedad.
Acabo de regresar de México. Hace unas semanas tuve la bendición de encabezar nuestra primera peregrinación desde la Arquidiócesis de Los Ángeles a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.
Vocación
El primer tema es la vocación. En el corazón del acontecimiento del Tepeyac hay una historia sobre una vocación y misión personal.
Nuestra Señora de Guadalupe le encomendó a San Juan Diego la tarea de construir un santuario en su nombre. Ella quería que este santuario “pusiera de manifiesto a Dios, lo alabara y diera testimonio de él”. Ella quiso que este santuario fuera un lugar en donde la gente encontrara “el amor, la compasión, la ayuda, el consuelo y la salvación” de Dios.
Este es un hermoso resumen de la misión de la Iglesia y del propósito de nuestra vida cristiana.
Dios nos está llamando a “construir un santuario” con nuestras vidas, a través de nuestro trabajo y de la manera en que vivimos. Dios nos está llamando a dar testimonio de su salvación, de la diferencia que Jesucristo hace en nuestras vidas. Él nos está llamando a mostrar su amor y su compasión a nuestros hermanos y hermanas.
Cuando San Juan Diego acababa de conocer a la Madre de Dios, protestó. Dijo que no era lo suficientemente fuerte, lo suficientemente santo como para llevar a cabo lo que ella quería. En un momento dado él trató de convencerla de encontrar a alguien mejor que él. Le dijo: “Yo sólo soy un hombre de campo, una pobre criatura”.
Creo que a veces todos nos sentimos así. Que no somos dignos de lo que Dios nos está pidiendo que hagamos. Sé que puedo sentirme así. Pero la vocación no es acerca de la perfección. Dios llama a cada uno de nosotros y nos da a cada quien una misión. La vocación particular de ustedes —lo que Dios los está llamando a hacer por él— no hay nadie más que pueda hacerlo.
Eso es lo que le dijo Nuestra Señora a San Juan Diego. Estas son sus palabras: “Entiende que tengo muchos siervos y mensajeros a quienes puedo enviar para comunicar mi mensaje y para hacer mi voluntad. Pero es absolutamente necesario que seas tú mismo quien vayas”.
Amigos míos, Dios nos está diciendo esas palabras a ustedes y a mí en este momento. Dios tiene un mensaje que quiere que ustedes comuniquen con sus vidas.
Necesitamos redescubrir la hermosa verdad de que
cada uno de nosotros tiene una vocación a ser santos, a santificarnos, a construir un santuario con nuestras vidas.
La santidad no significa separarse del mundo. La santidad significa transformar el mundo, vivir totalmente para el amor de Dios, y para santificar el mundo a través de nuestro amor y de nuestro servicio.
Esta es la primera lección de las apariciones de Guadalupe.
Educación
La segunda lección del Tepeyac es ésta: Necesitamos enseñar el conocimiento y el amor de Jesucristo.
San Juan Diego iba de camino a la iglesia cuando se encontró con Nuestra Señora. Era su costumbre levantarse antes del amanecer todos los sábados y domingos y caminar nueve millas desde su casa para ir a Misa y luego para ir a clase y profundizar su conocimiento de la fe católica.
Jesucristo entró en la vida de Juan Diego, ¡y no hay nada más hermoso que conocer a Jesús!
Este es un mensaje para la Iglesia de nuestros tiempos.
Estamos aquí para compartir este hermoso tesoro de nuestra relación con el Dios vivo, con ese Dios que se hizo hombre para nosotros, que entregó su vida para salvarnos y para otorgarnos una nueva humanidad. Ese Dios que vive con nosotros ahora y que recorre con nosotros el camino, como nuestro Amigo.
Cuando enseñamos esto, estamos llamando a la gente a la conversión, lo cual implica una nueva forma de pensar y de ver el mundo.
Nuestra fe no es una colección de reglas y obligaciones. La fe católica es una manera de vivir, una forma de ver el mundo con “ojos nuevos”, de ver con los ojos de Jesús.
En nuestros tiempos necesitamos renovar la imaginación católica y nuestra visión “sacramental”.
Necesitamos luchar contra la visión científica y materialista de nuestra época. Estamos viviendo en una cultura que nos dice que no hay realidad que “trascienda” lo que podemos ver y oír, saborear y tocar.
Este es un mundo sin Dios, sin la posibilidad de Dios.
¡Pero sabemos que la encarnación de Jesús lo cambia todo! Las cosas de la naturaleza y de la vida “ordinaria” son transfiguradas por ella. El mundo visible es ahora un “sacramento” de las realidades y bellezas invisibles. Ahora todo lo que hay en este mundo puede ser un signo y un camino que nos lleve a la presencia de Dios.
Todo esto se anticipó en la visión encarnacional y sacramental del Tepeyac.
En presencia de la Virgen, Juan Diego se preguntaba si estaba en el paraíso, si el cielo había bajado a la tierra. Con su llegada, las montañas se llenaron de canciones como de pájaros maravillosos. Las flores aparecieron en la estación de invierno, en una tierra en la que había solamente piedras, cactos y espinas.
Esta es la belleza que podemos ver con los ojos de la fe. Así que en nuestra enseñanza, necesitamos ayudar a que la gente vea que nuestras vidas están conectadas, que forman parte del hermoso misterio del plan de Dios para la creación. Una gran aventura que se está desarrollando bajo los ojos de nuestro Padre amoroso.
Vida
Santa María de Guadalupe se apareció como un ícono de la nueva vida, como una mujer embarazada.
Se presentó a Juan Diego como la Madre de todos los vivientes. Ella le dijo: “Yo soy la siempre Virgen, santa María, Madre del verdadero Dios, del Creador que da la vida a todos los pueblos”.
El Tepeyac es una imagen del mundo como Dios quiere que sea. El “santuario” que Nuestra Señora quiere que construyamos en el continente americano es una nueva civilización, una cultura que celebre y acoja la vida.
La fe cristiana en este nuevo mundo se opuso a la brutalidad de los rituales aztecas del sacrificio humano. Desde el principio, los santos y misioneros del continente americano proclamaron que toda vida es un don precioso y una imagen del Dios vivo.
Y tenemos que continuar con esta misión.
Como lo podemos ver todos los días en nuestra sociedad, la vida se ha vuelto algo “barato”, y fácil de descartar. Lo vemos en la crisis de la falta de vivienda, en las vidas desperdiciadas por las adicciones. Lo vemos en la lucha por difundir la eutanasia, en la continua tragedia del aborto.
Esta es una tarea para nosotros, mis queridos hermanos y hermanas.
Los santos del continente americano nos enseñan a ir a las “periferias” y márgenes de nuestra sociedad, a cuidar a aquellos que no tienen a nadie que se preocupe por ellos. Nos enseñan a encontrarnos con los “demás” como con hermanos y hermanas, y a servirlos de corazón, en un sacrificio personal. Nos enseñan a defender a los débiles y vulnerables.
En las reflexiones que tuve en el Tepeyac, me llamó la atención que hay un conmovedor drama familiar en medio de la historia de Juan Diego y de la Virgen.
Como ustedes recordarán, a partir de la historia de las apariciones, el tío de Juan Diego, Juan Bernardino, estaba viviendo los últimos días de una enfermedad terminal. Y al tratar de prestarle sus servicios a la Virgen, Juan estaba también atendiendo a su tío, tratando de encontrar un sacerdote que pudiera venir a ungirlo. También vemos en esta historia, el tierno cuidado de la Virgen en sanar al enfermo y en consolar a Juan Diego en su angustia y dolor.
Es una historia conmovedora, que muchos de nosotros podemos entender en base a lo que sucede en nuestras propias familias. Muchos de nosotros sabemos lo que significa estar cuidando a un ser querido que se está muriendo.
Y creo que eso tiene un mensaje especial para el momento que estamos viviendo en nuestra cultura, debido a todas las presiones que hay para lograr permitir el suicidio asistido, con una población que está envejeciendo y que necesita de mayor atención y cuidado médicos.
Ésta es un área en la que la Iglesia, en el espíritu de la aparición de Guadalupe, puede realmente marcar una diferencia. Tal vez parte del futuro de la atención médica católica consiste en encontrar la forma de enseñar y entrenar a la gente en las maneras de poner de manifiesto la misericordia de Dios para con aquellos que están muriendo y aquellos que no pueden ya ser curados.
Tenemos hermosos ejemplos de esto en las vidas de nuestros santos americanos.
Tenemos que estudiar el testimonio de personas como la Venerable Madre Angeline Teresa McCory, la inmigrante irlandesa de Nueva York que fue una pionera en el cuidado de los ancianos y enfermos. A ejemplo de ella, hemos ayudar a la gente hoy a ver el rostro de Cristo en aquellos que están enfermos y sufriendo.
Cultura
Cuando miramos el auto-retrato que Nuestra Señora dejó impreso en la tilma, nos damos cuenta de que es una joven de piel morena, de que ella es mestiza. Es decir, que es una persona cuyos antecedentes familiares incluyen una mezcla de descendientes de Europa y de los pueblos indígenas.
Ella se presentó vestida con las prendas usadas por los pueblos indígenas y habló con Juan Diego en su propia lengua indígena.
Y en todo esto, Nuestra Santísima Madre se reveló de manera notable como un ícono de la Iglesia.
Nuestra Señora de Guadalupe nos recuerda que la Iglesia fue establecida para estar a la vanguardia de una nueva humanidad y de una nueva civilización; para ser la sola y única familia de Dios, conformada por todas las razas, todas las naciones y todas las lenguas.
Actualmente, en nuestro país, e incluso en la Iglesia, vemos signos de que todavía tenemos problemas con el nativismo y con los prejuicios raciales. De modo que tenemos que orar y que poner más empeño en superar nuestras divisiones.
Los santos del continente americano nos dan muestra de que la santidad no conoce colores. Más allá del color de nuestra piel o de los países de los que provengamos, todos somos hermanos y hermanas. Todos somos hijos de un Padre. Y la Madre de Dios es nuestra madre.
Este es el mensaje de Guadalupe.
Familia
Por último, amigos míos, el mensaje de las apariciones de Guadalupe nos anima a fortalecer el matrimonio y la familia como los cimientos de una verdadera civilización humana.
Juan Diego fue bautizado junto con su esposa, María Lucía, en 1524. Ellos fueron de los primeros conversos del Nuevo Mundo y fueron uno de los primeros matrimonios católicos del continente americano. Desafortunadamente, ella murió cinco años después, es decir, dos años antes del encuentro de él con Nuestra Señora.
Nuestra Señora de Guadalupe, llegó a nosotros como la Madre de la familia de Dios en el continente americano.
Algunos de los primeros mártires de este país fueron misioneros a quienes se les quitó la vida por dar testimonio de la verdad de Dios sobre el significado del matrimonio y la familia. Entre ellos están los franciscanos hispanos martirizados en Georgia en 1597 y algunos de los mártires de Florida.
Tenemos que pedirle a estos mártires que nos den la fuerza que necesitamos para luchar contra la gran crisis cultural de la familia actual.
Esto lo hacemos, en primer lugar, viviendo, nosotros mismos, la belleza y la plenitud de las enseñanzas de la Iglesia en nuestros propios matrimonios y familias.
Tenemos que actuar como modelos ante una cultura que está confundida. Tenemos que proclamar, con nuestro ejemplo, más que con nuestras palabras, la hermosa verdad sobre la persona humana y sobre el amoroso plan de Dios para la creación y para la familia.
Tomemos como ejemplo a los grandes santos casados del continente americano, tales como los siervos de Dios Eugenio Balmori Martínez y Marina Francisca Cinta Sarrelangue. Ellos eran de Veracruz y la historia de su noviazgo es muy conmovedora. Ellos solían escribirse bellos poemas y cartas de amor uno al otro.
Y ellos nos dieron una hermosa imagen de familia. Marina escribió: “Nuestra casa será una capilla de amor, en la que no reinará ningún otro ideal más que el de darle gracias a Dios y el de amarnos mucho uno al otro”
6.
Puede encontrarse una belleza como ésta en nuestras familias, en todas partes, en nuestras parroquias, en la alegría de nuestros hijos. Tenemos que proclamarle esto a nuestra cultura.
Nuestra madre
Permítanme tratar de llegar a algunas conclusiones.
El gran Papa San Juan Pablo II llamó a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe “el corazón mariano de América”
7.
Nos hemos olvidado de esto, pero el Tepeyac fue el primer lugar que Juan Pablo visitó fuera de Italia después de convertirse en Papa.
San Juan Pablo entendió que la misión y el significado de América es continental, universal.
Las naciones del continente americano identifican el origen de su fe en la venida de la Virgen al Tepeyac. Compartimos una historia común de orígenes. Y estamos unidos en un destino común.
El sencillo punto que quiero destacar hoy es que cada uno de nosotros forma parte de esa historia, forma parte de la gran misión destinada a América que empezó con la visita de la Virgen de Guadalupe.
La Iglesia de este país —y cada uno de nosotros— tiene la responsabilidad de continuar el encargo que la Virgen le dio a San Juan Diego de “construir un santuario” con nuestras vidas, de construir una sociedad que glorifique a Dios y que pueda hacerse acreedora de la dignidad de la persona humana.
Lo que Nuestra Señora le dijo a San Juan Diego, nos lo dice ahora nosotros: “Tú eres mi embajador, muy digno de mi confianza”.
Permítanme concluir compartiendo una experiencia que tuve en mi reciente peregrinación.
Después de tantos años de visitar de niño este lugar, es muy emocionante para mí ser ahora sacerdote y poder celebrar la Santa Misa en el altar mayor de la Basílica.
El altar está colocado justo debajo de la imagen milagrosa de la Virgen.
Y cuando está uno allí, puede sentir el calor de sus tiernos ojos mirando hacia abajo, hacia uno. Es un sentimiento fuerte y difícil de describir. Hay una hermosa sensación de sentirse protegido. De sentirse como un niño amado por la Madre de Dios.
Y cuando está uno en su presencia, casi se le puede oír hablar, decir las mismas tiernas palabras con las que le habló a San Juan Diego:
“No se turbe tu corazón. No temas... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección? ¿No estás en los pliegues de mis brazos? ¿Qué otra cosa necesitas?”.
Amigos míos, nuestra Madre le está diciendo estas palabras a la Iglesia de hoy. Y también a cada uno de nosotros.
Necesitamos poner nuestros miedos y esperanzas a los pies de la Virgen. Tenemos que contemplar estos tiempos que estamos viviendo bajo la mirada de sus ojos amorosos.
Tenemos que seguir siempre adelante con confianza, porque vamos caminando con Dios y con su Madre.
1. Extraños en una tierra extraña: Viviendo la fe católica en un mundo poscristiano (Henry Hold, 2017).
2. Diálogo contra los Luciferianos, 19.
3. Sermón 30:8.
4. Las citas del Nican Mopohua fueron tomadas de Paul Badde, Maria of Guadalupe: Shaper of History, Shaper of Hearts (Ignatius, 2009), 26–38.
5. Francisco Palou Relación de la vida y apostólicas tareas del venerable padre fray Junípero Serra (George Wharton James, 1913 [1787]), 19.
6. Vincent O’Malley, Santos de Norteamérica (Our Sunday Visitor, 2004), 203–206, 360–362.
7.
Homilía, Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, (ciudad de México, 23 de enero de 1999).