Monseñor José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles
4 de julio de 2021
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,1
Hoy, como decía al principio de la misa, celebramos el Día de la Independencia aquí en nuestro país. Le pedimos a Dios Nuestro Señor, que continúe bendiciendo esta nación.
Como sabemos, los Estados Unidos fueron establecidos como una nación bajo Dios, que cree que todos los hombres y mujeres hemos recibido de Dios una dignidad sagrada y los dones innegables de la vida, de la libertad y la igualdad.
Y como sabemos, esta nación, como todas las naciones, sigue siendo un proyecto en marcha. Cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de ser ciudadanos fieles que ayudan a que se consigan esos principios originales con los que se fundó esta nación, que que están basados, obviamente, en el amor de Dios y en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Así que hoy rezamos especialmente por nuestro país.
Hoy, como decía, también celebramos el domingo 14 del tiempo ordinario. Estos domingos siguientes estamos leyendo y viviendo los inicios de la vida pública de Jesús en el Evangelio de San Marcos.
Jesús viaja, va viajando de un lugar a otro con sus discípulos al principio de su vida pública, enseñando, haciendo milagros y curando a los enfermos.
El Evangelio de hoy nos relata cómo Jesús llegó a su tierra natal de Nazaret. Como sabemos, ahí creció y vivió la mayor parte de su vida, con la Santísima Virgen María y San José, trabajando en la carpintería de San José.
Hoy escuchamos cómo regresó, fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los que lo escuchaban estaban impresionados. Dice el Evangelio de San Marcos, “la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro, ‘¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros?’”.
Estaban totalmente sorprendidos de su sabiduría porque sabían que era uno de ellos.
Por eso pensaba que nuestra primera reflexión el día de hoy debería ser el hecho de que Jesús comparte nuestra humanidad. Es igual que nosotros en todo menos en el pecado. Y eso nos enseña que nuestra vida ordinaria tiene un significado divino.
Jesús siguió con su familia, trabajó con sus manos así como nosotros. Una vida ordinaria. Su vida oculta por 30 años.
Entonces la reflexión es que cada uno de nosotros, católicos, cristianos, discípulos de Nuestro Señor Jesucristo, hemos de vivir nuestra fe en la vida ordinaria. Estamos llamados a buscar y seguir a Dios en nuestros hogares, en nuestro trabajo, en el trato y en nuestra relación con las personas que nos rodean.
Si vivimos nuestra fe en nuestra vida diaria con la sencillez de nuestras palabras, nuestro ejemplo, haciendo el bien y buscando lo mejor para nuestras familias y para todos los que nos rodean.
Así, queridos hermanos y hermanas, compartimos el amor de Dios. De manera sencilla, pero de verdad y con cosas sencillas que podemos hacer en nuestro trato con Dios y en el trato con las personas que nos rodean.
Por eso hoy pidamos la gracia de que este sea nuestro primer propósito y que podamos hacerlo realidad en nuestra vida de todos los días.
La sencillez de buscar la santidad. Ser mejores en nuestra vida diaria.
Volviendo al pasaje del Evangelio, vemos que los que lo escuchaban en la sinagoga, es verdad, primero se sorprendieron, pero luego lo rechazaron.
Decían, “¿Que no es este el carpintero, el hijo de María, el pariente de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No vive aquí entre nosotros, sus hermanos?”
Y dice San Marcos, “Y estaban desconcertados”.
Pienso que para nosotros es difícil cómo no podían aceptarlo. Quizá tiene un poco de lógica humana, verdad, porque si era uno de ellos y que llegue y que empiece a predicar, pues sí era algo desconcertante.
Pero, ¿cuál es el problema real? ¿Por qué no lo querían aceptar? Jesús mismo nos da la respuesta.
San Marcos, al final del pasaje del Evangelio dice, “Y Jesús estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente”. Les faltaba fe. No creían que Jesús era no solo uno de los que vivía con ellos sino el hijo de Dios.
Esto es lo que pienso que al final de todo hace la diferencia: la fe. Por eso hoy tenemos que preguntarnos cada uno de nosotros, ¿Cómo es mi fe? ¿Cómo está nuestra fe?
No cabe duda que tenemos fe, por eso estamos aquí. Y no cabe duda que no queremos ser como la gente de Nazaret, que no tenían fe en Jesús. Pero ahí Jesús no pudo hacer milagros. Dice el Evangelio, “No pudo hacer ningún milagro. Solo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos”.
Nosotros, cada uno de nosotros, somos personas de fe. Y hoy pedimos a Dios Nuestro Señor que aumente nuestra fe.
Y quizá también podemos reflexionar en cómo la fe tiene dos aspectos que nos dan la seguridad que nuestra fe es una fe verdadera.
El primero, es saber escuchar a Dios.
El segundo, confiar totalmente, plenamente en Dios Nuestro Señor. A esto se refiere San Pablo en la segunda lectura de la misa de hoy.
San Pablo habla de cómo mientras trataba de cumplir su misión de predicar el Evangelio, Dios Nuestro Señor permitió, dice él “Una espina clavada en mi carne”.
Obviamente, San Pablo supo escuchar la palabra de Dios. Por eso estaba predicando por todo el mundo. Y no dejó que las dificultades de la vida que encontraba impidiera que siguiera creciendo en la fe y compartiendo el Evangelio con todos los demás.
San Pablo, pues, pone toda su confianza en Dios Nuestro Señor. ¿Cómo es nuestra fe? Porque también cada uno de nosotros, como decíamos antes, hemos escuchado la llamada de Dios, nuestra vocación cristiana. Y estamos tratando de seguir a Jesús en nuestra vida diaria. Pero a veces también sentimos la debilidad nuestra, personal, y de la sociedad en la que vivimos.
A veces nos gustaría decirle a Dios Nuestro Señor que nos quitara esas debilidades y que corrigiera los defectos de la sociedad en la que vivimos. Pero hoy, una vez más, Jesús nos dice a cada uno de nosotros, “Te basta mi gracia”, porque mi poder se manifiesta en la debilidad.
Tenemos que confiar plenamente en Dios Nuestro Señor.
Pidamos pues la gracia de crecer en nuestra fe teniendo presente las palabras de Dios Nuestro Señor a San Pablo, “Te basta mi gracia”.
Sigamos pues rezando por nuestro país y pidamos por la intercesión de San Junípero Serra. Acabamos de celebrar su fiesta el día primero de julio. Y sabemos que en las palabras del Papa Francisco, “San Junípero Serra es uno de los padres fundadores de este país”.
Que San Junípero Serra nos ayude y que María Santísima también interceda por nosotros para que seamos discípulos misioneros, proclamando a Jesús en nuestra vida ordinaria y con confianza total de que Jesús está con nosotros. “Te basta mi gracia”. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
1. Readings: Ezek. 2:2-5; Ps. 123:1-4; 2 Cor 12:7-10; Mark 6:1-6.