Mons. José H. Gómez
Arzobispo de Los Ángeles
Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles
12 de diciembre de 2020
Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo,1
En este extraño y difícil año, tenemos nuestra celebración de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe a través del internet y de las redes sociales.
Y estaba pensando en la escena del Evangelio que todos recordamos muy bien. Aquel triste momento en el que nuestro Señor está en la Cruz y le confía su madre a San Juan.
Como recordamos, Jesús le dijo a Juan: “¡Ahí está tu madre!”, y luego el Evangelio nos dice: “Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él”2
Eso es lo que estamos viviendo esta noche. Estamos recibiendo a Nuestra Señora, a nuestra Madre Santísima en nuestros hogares, tal como lo hizo San Juan.
Y, desde luego, todos queremos tener a Nuestra Señora en nuestros hogares, no sólo esta noche y en esta gran fiesta, sino todos los días de nuestra vida.
¡Nuestra Señora de Guadalupe es nuestra madre del cielo! Y como a nuestras madres de la tierra, tenemos que tenerla en el centro de nuestras vidas, y en el corazón de nuestros hogares.
Necesitamos tener una relación personal profunda con María. Una relación de amor y de afecto. Una relación de profunda devoción y confianza.
Este año, celebramos la fiesta de Na. Sa. de Guadalupe en una época de pandemia, en un momento en el que tanta gente en todo el mundo, está sufriendo por la pandemia y por la situación económica y el aislamiento social.
Le pedimos a Nuestra Madre que interceda por nosotros, por los que están enfermos, por las almas de aquellos que han muerto a causa de esta enfermedad y por sus familiares y por todos los que están sufriendo.
Que de la sanación y la esperanza a los enfermos y el consuelo a nuestros hermanos y hermanas cuyas vidas y medios de subsistencia han sido dañados y desestabilizados. Le pedimos a ella que nos libere de esta plaga del coronavirus.
Cuando Nuestra Señora de Guadalupe vino al Tepeyac en 1531, era un tiempo de gran incertidumbre y agitación política. La gente se había visto devastada por plagas y terremotos. Había mucha violencia, conflictos raciales y también sufrimientos e injusticias generalizadas.
Nuestra Señora llegó como una madre en ese momento histórico y cultural. Y vino trayendo un mensaje de esperanza. “No se turbe tu corazón”, le dijo a San Juan Diego.
María de Guadalupe viene nuevamente a nosotros esta noche en este tiempo de angustia y de temor. Esta noche, ella entra en nuestras casas, así como entró en la casa de su prima, Santa Isabel, como escuchamos en el Evangelio de esta noche.
Viene para traernos a Jesús, para traernos la alegría y para llenar nuestros corazones de paz. Y esta noche nosotros también recibimos a Nuestra Señora, en nuestros hogares, tal como lo hizo Santa Isabel. Y le decimos: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
Queridos hermanos y hermanas, María viene como “la madre de nuestro Señor”. Y viene como nuestra madre. Sabemos que ella nos ama con el tierno amor de una madre.
Y nos dice también las palabras que le dirigió a San Juan Diego, que estaba preocupado con la enfermedad de su tío, Juan Bernardino: “No temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y protección? ¿No soy yo tu salud?”.
Esta noche pedimos que sepamos escuchar la voz de nuestra Madre que nos hace una promesa de sanación y de esperanza y nos dice personalmente a cada uno: No temas, No estoy yo aquí. No soy yo tu salud.
En su bella oración del Magnificat que escuchamos en el Evangelio, Maria Santísima nos dice: “Mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi Salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.”
Dios, en su misericordia, viene también a visitarnos en nuestra sencillez, en nuestro dolor y aislamiento, en nuestro miedo.
Maria Santísima es nuestra madre buena que nos quiere con un tierno amor pero que también nos cuida y nos protege porque es una madre que hará cualquier cosa por proteger a sus hijos e hijas.
Sabemos de su fortaleza porque el Evangelio nos relata como Nuestra Señora dio a luz a Jesús en la incertidumbre y en la pobreza, en un momento en el que no había lugar en la posada para ella y para San José.
También protegió a su hijo Jesus cuando la Sagrada familia fue a Egipto y allí vivieron como migrantes y refugiados. Y también estuvo al pie de la Cruz, compartiendo el sufrimiento de su Hijo único.
¡Tanto así ama a Jesús nuestra Santísima Madre! Y tanto así nos ama también a cada uno de nosotros.
Entonces, queridos hermanos y hermanas, contemos siempre con el amor y protección de nuestra Madre Santísima por cada uno de nosotros y nuestras familias.
Y, esta noche, renovemos nuestro propósito de tener siempre la presencia de Nuestra Señora en nuestros corazones y en nuestros hogares.
Especialmente en estos tiempos difíciles sigamos acudiendo con más urgencia al Corazón materno e Inmaculado de Nuestra Señora de Guadalupe pidiéndole que sea siempre nuestra madre queridísima. Madre de sanación, de esperanza y del amor de Dios.
¡Que Viva la Virgen de Guadalupe!
¡Que viva San Juan Diego!
¡Que viva San Junípero Serra!
¡Que viva Cristo Rey!
¡Que viva la Virgen de Guadalupe!
¡Que viva la Virgen de Guadalupe!
¡Que viva la Virgen de Guadalupe!
1. Lecturas: Za 2,14–17; Ap 11, 19, 12, 1–6, 10; Lc 1, 39–48.
2. Jn 19, 27.