Mons. José H. Gómez
Arzobispo de Los Ángeles
Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles
21 de junio de 2020
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
¡Cómo les decía, quiero desearles a todos los Papas un Feliz Día del Padre!
Al celebrar hoy a nuestros padres y a nuestros abuelos, estamos reconociendo la importancia de la paternidad, no sólo en nuestros hogares sino en toda nuestra sociedad.
Ser padre es una hermosa y noble vocación. Es un llamado a servir, a amar y a sacrificarse. Y en el amor que un padre siente por su esposa y por sus hijos, vemos el amor que Dios, nuestro Padre, tiene por nosotros.
Ésta es una de las hermosas realidades de nuestra fe: que, según los designios divinos, nuestra relación como hombres y mujeres, y en especial dentro de nuestra familia, ha de ser un reflejo de la imagen de Dios y de su amor hacia nosotros.
Dios nos ama, a cada uno de nosotros, así como cada padre ama a sus hijos e hijas. En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice cuánto nos ama Dios Padre.
¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda?
Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.
Jesús quiere que seamos conscientes que siempre estamos viviendo en la presencia de nuestro Padre Dios y que nos ama infinitamente. Y Como sabemos Dios Nuestro Señor está involucrado en nuestra vida y conoce hasta los más mínimos detalles.
Esta es la verdad que Jesús vino a revelar al mundo: la verdad sobre Dios, la verdad sobre nosotros mismos, sobre nuestra humanidad y sobre la gran dignidad y destino que tenemos como hijos e hijas de Dios.
Pero como Jesús nos lo dice hoy y como bien lo sabemos, muchos no siempre quieren escuchar la verdad, el plan de Dios para la humanidad.
Esto es lo que relata el profeta Jeremías en la primera lectura que acabamos de escuchar.
Como sabemos, Jeremías fue enviado por Dios para anunciar la verdad a la gente de su tiempo. Y fue perseguido y humillado y querían deshacerse de él.
“Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos,
esperaban que tropezara y me cayera, diciendo:
‘Si se tropieza y se cae, lo venceremos
y podremos vengarnos de él”
Queridos hermanos y hermanas, Jesús le ha confiado a su Iglesia la gran verdad acerca de Dios y de la humanidad y cada uno de nosotros es responsable de esta verdad. Estamos llamados a ser sus testigos en el mundo, a ser discípulos misioneros.
Y el primer modo de dar testimonio es mediante nuestra propia vida. Tenemos que vivir nuestra fe en nuestra vida personal; hemos de actuar con amor y tratar a las demás personas con atención y respeto a su dignidad.
Necesitamos también tener esa misma pasión, ese mismo celo que tenía el profeta Jeremías al compartir estas grandes verdades de nuestra fe con los demás.
Tenemos que seguir esforzándonos por llevar a nuestra sociedad la luz del Evangelio, los grandes valores de la dignidad humana y del destino que toda persona humana tiene como hijo o hija de Dios.
Las lecturas de hoy nos dicen que nos encontraremos con críticas e incluso con persecuciones. Tal y como le sucedió a Jesús, tal y como les sucedió a los profetas, como fue el caso de Jeremías.
Pero Jesús nos dice tres veces en el Evangelio de hoy: “¡No teman! … ¡No tengan miedo!” Hemos de vivir nuestra fe con confianza y con valentía en todos los aspectos de nuestra vida y de nuestra participación en la sociedad.
Sin preocuparnos ni tener miedo de lo que digan los demás. Lo importante es lo que Dios ha pensado para nosotros, lo que Dios quiere.
Si seguimos a Jesús, si vivimos para él, él nos ayudará y nos guiará.
Como nos lo dice el profeta Jeremías:
“Pero el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo”.
Nuestro Padre Dios sostiene este mundo y nuestras vidas están en su mano amorosa. Él cuida de cada uno de nosotros y de nuestras necesidades, aun de las más pequeñas. A Dios cada alma le importa, cada vida es sagrada para él.
Este viernes, el Papa Francisco declaro Venerable a la Sierva de Dios, Sor Gloria Maria Elizondo, religiosa de la Congregación de las Misioneras Catequistas de los Pobres en Monterrey, México.
Y comparto con ustedes que su familia y mi familia siempre han estado muy cercanas por la relación de familia que tenemos.
Sor Gloria dedico su vida al servicio de los demás, especialmente a los pobres, primero en su vida profesional, trabajo profesionalmente por muchos años y después como religiosa. Una de sus frases favoritas, que repetía con frecuencia, era que Dios Nuestro Señor es “El Buen Dios”.
Dios es, sin duda, El Buen Dios. ¡No importa lo que pase en nuestra vida! Dios está aquí, siempre muy cerca. Él está con nosotros.
Tenemos un Padre que nos ama, un Padre que cuida de nosotros ¡hasta el punto tener contado cada uno de los cabellos de nuestra cabeza! Nuestro Padre sostiene este mundo y todas nuestras vidas están en su mano amorosa.
Esta semana, reflexionemos, pues, sobre las hermosas verdades de que Dios es nuestro Padre y de que toda vida es sagrada para él y también pidamos saber aprovechar las oportunidades que tenemos de compartir estas hermosas verdades en nuestros hogares y en nuestra sociedad.
Y, en este día, oremos por nuestros padres. Que San José interceda por ellos y los guíe para que sean excelentes testigos del amor de Dios, que es nuestro Padre del cielo.
Que nuestra Santísima Madre María interceda también para que el papel de la paternidad y de la familia se fortalezca en nuestra sociedad. Que ella nos ayude también a todos a crecer como hijos e hijas de Dios.